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El fin del mundo durante el fin del mundo (como lo conocemos)

Por Cristián Moreno Pakarati

Diez mil habitantes, polinesios, chilenos y extranjeros, se beneficiaban directa o indirectamente de la próspera y todavía creciente industria turística de Rapa Nui a inicios de 2020. En las antípodas del planeta, el coronavirus de Wuhan era una nueva enfermedad que había despertado cierta alarma tras detectarse en humanos en una región lejana de la muy lejana, pero no del todo desconocida China. El turismo chino a Rapa Nui había aumentado dramáticamente en los últimos diez años. En tiempos del transporte de los gigantescos moai, este incidente epidémico nunca se hubiera llegado siquiera a saber en Rapa Nui, tal como ocurrió con la plaga de peste negra que asoló Europa en el siglo XIV. Pero la Rapa Nui del siglo XXI, diametralmente opuesta a la que vivieron los antepasados de hace 15 generaciones, era una isla extremadamente globalizada, casi dependiente del mundo exterior. Y, por ende, extremadamente vulnerable a las mismas amenazas que se ciernen sobre la mayoría de las naciones del planeta conectadas entre sí por colosales redes de transporte aéreo y marítimo.

El pequeño virus de Wuhan se dispersó a velocidad vertiginosa por los siete continentes dentro de huéspedes humanos, docenas de los cuales, por simple estadística, tenían planificada una visita a Rapa Nui en las semanas o meses siguientes, convertidos en una bomba de tiempo que llevaba el, a veces letal, más veces invalidante, agente infeccioso SARS-COV-2. Una enorme confusión se desató producto del desconocimiento de la enfermedad, errores garrafales tanto de la OMS como de muchos gobiernos, y las reacciones vinieron muy lento, debatiéndose entre salvar la economía o tomar decisiones radicales para frenar en seco la propagación del virus.

En Rapa Nui algunas personas, temerosas, pedían el cierre del aeropuerto desde el mes de febrero. Sin claridad sobre la letalidad del virus ni de sus vías de transmisión, rodeados de fake news de lado y lado muchos sospechábamos equivocadamente que no era más que otra falsa alarma, otro virus de “fin del mundo”, tal como la influenza H1N1 o el Ébola, que jamás cumplieron con las expectativas catastrofistas. Algunos temíamos que las reacciones causaran más daño que el propio virus en una mezcla entre escepticismo y deseo, de que la situación no fuera tan terrible. Sin embargo, la presión social siguió aumentando, con protestas incluso en el aeropuerto de Mataveri, exigiendo su cierre. Finalmente, en un acuerdo de palabra entre el alcalde de Rapa Nui y la aerolínea que tiene el monopolio de la ruta hacia el lejano enclave polinésico, los vuelos con turistas dejaron de aterrizar en Mataveri a mediados del mes de marzo.

Cinco meses después, el planeta cuenta 21 millones de contagiados oficiales y se acerca a 800 mil muertos. Chile, el país de origen de los vuelos tiene 14 mil de esos fallecidos. El cierre de Rapa Nui, con un hospital de baja complejidad —prácticamente un consultorio— con hoy apenas tres respiradores artificiales, y a 10 horas (en viaje ida y vuelta de avión ambulancia) de otras unidades de tratamiento intensivo, fue a todas luces la decisión correcta. En base a la estadística general, que incluye países con servicios de salud muchísimo más avanzados, Rapa Nui podría haber esperado una epidemia local fulminante, con más de 400 muertos. Prácticamente cada familia extendida hubiera perdido uno o varios parientes, la mayoría de generaciones mayores, custodios de tradiciones, repletos de historias y testigos exclusivos de épocas casi perdidas en el tiempo, en que la isla era un lugar completamente diferente. Permitir la entrada del virus hubiera sido condenar a muerte a los que quedan de esta generación.

Sin embargo, lo más interesante del cierre de Rapa Nui al mundo, es que la decisión fue tomada con absoluta independencia y prescindencia del Estado chileno. Uno de los aspectos que probablemente llevó a varios líderes rapanui a firmar el Acuerdo de Voluntades de 1888 fue la desprotección en salud, evidente por las brutales epidemias del siglo XIX, y que podía quizá resolverse con los recursos y experticia de la medicina occidental que se desarrollaba en la República de Chile: Para proteger la salud de los rapanui, era buena idea conectar con Chile y obtener su protección. 142 años después, la gran paradoja de la actual pandemia era que, para proteger la salud del pueblo rapanui, era necesario desconectarse del contacto humano con la larga y angosta faja de tierra que lleva ese nombre. Impensable para la nación sudamericana: El colonialismo todavía tiene fuerte presencia en la educación de las generaciones mayores, incluyendo a la clase política del país. La idea de que Rapa Nui, depende, pertenece, es sostenida e incluso “mantenida” por Chile, todavía persiste. De ahí que el Ministro de Salud de la época simplemente aconsejara establecer una “aduana sanitaria” para los viajeros que planeaban visitar Rapa Nui.

Las autoridades del país no contaban con que el mismo Chile quedaría en su momento, totalmente aislado, producto del fin de los vuelos de pasajeros hacia Europa, Estados Unidos y la mayoría de los destinos del planeta. Como siempre en la historia del país, pero también en la historia de sus relaciones con Rapa Nui, la realidad terminaría imponiéndose forzosamente por sobre los planes tibios y tardíos. La idea de la “aduana sanitaria” para no cortar el flujo con Rapa Nui quedó obsoleta porque el turismo en todo el planeta se paralizó, y porque las autoridades rapanui, actuando con prudencia, honraron y cumplieron el llamado de la mayor parte de su pueblo de cerrar el aeropuerto, con o sin la venia de Chile. A esto se suman los protocolos internos desarrollados desde la Municipalidad, de protección a los turistas que quedaron varados, la gestión de aviones para su evacuación y el rápido desarrollo de medidas profilácticas locales. Pese a todo, se detectaron cinco casos. Pero estos fueron rápidamente aislados y re examinados múltiples veces, se trazaron todos sus contactos, aislándolos rápidamente también y manteniéndolos en cuarentena durante dos semanas. Así se erradicó el COVID-19 en Rapa Nui.

Posteriormente, las autoridades de la isla, nuevamente en acuerdo con la aerolínea privada, y nuevamente ignorando al negligente gobierno de Chile, establecieron sus propias políticas de “retorno seguro” de los isleños que estaban varados en el continente, efectuando exámenes, aislando y sanitizando equipajes, todo con total independencia de las medidas que había establecido el Ministerio de Salud e, incluso, recibiendo el antagonismo del ex ministro Jaime Mañalich.

Hasta ahí suena como una épica saga de autodeterminación. Sin embargo, Rapa Nui tampoco tiene las herramientas todavía para lanzarse plena e inmediatamente en un proyecto de autodeterminación sostenible en el tiempo. No sin una prosperidad económica garantizada, no tras haber perdido el 80% de su producto interno bruto de la noche a la mañana, y no considerando que el otro 20% de su PIB son recursos… del Estado. ¿Un paso hacia una posible autodeterminación? Sin duda. Pero no un salto. La política exterior de Rapa Nui se encuentra muy limitada. Los canales fluidos de comunicación son a través de la Municipalidad de Isla de Pascua y la Gobernación Provincial, dos instituciones del Estado. Por ende, la política exterior se dirige casi en exclusiva hacia Chile. El desarrollo de la pandemia en Chile se ha caracterizado por pésimo manejo al aplanar la curva de contagios, pero una relativamente baja tasa de letalidad. Hacia el otro lado, hacia el oeste, en Oceanía, sin embargo, la enfermedad tuvo consecuencias mucho menores. El caso ejemplo para todo el mundo ha sido Nueva Zelandia que aplastó la curva de contagios y erradicó el coronavirus tal como hizo Rapa Nui. La primera ministra Jacinda Ardern, señaló en su momento que planeaba abrirse una red turística dentro de una burbuja “libre de coronavirus” para la que calificaban unas cuantas islas y, se esperaba que muy pronto, Australia. Rapa Nui podría haber perfectamente sido parte de esta burbuja (y podría serlo todavía), pero, así como Chile ignora a Rapa Nui, tomando medidas paliativas de la crisis económica que casi nunca pueden ser aprovechadas por la población local (producto de su régimen impositivo), el mundo ignora a Rapa Nui porque lo ve como parte de Chile.

Ahí está una de las tareas que tiene Rapa Nui hacia el futuro si pretende ser autodeterminada en algún momento. El desarrollo de una política exterior y un cuerpo diplomático que genere relaciones fluidas con las demás islas del Pacífico, región a la que culturalmente pertenecemos, e, incluso, con otras potencias internacionales que podrían prestar ayuda cuando Chile no puede, no quiere, o se olvida.

La política interior fue diferente. Si bien, la gestión del alcalde y el equipo de la Municipalidad de Rapa Nui, con sus visos autonómicos y su toma de decisiones rápida y sin titubeos, fue aplaudida por la mayor parte de la comunidad en la isla, hubo algunas grietas en la política interna durante el progreso de la pandemia. Además de la Municipalidad, la Comunidad Indígena Polinésica Ma’u Henua, con un directorio muy cuestionado por una férrea y decidida oposición, también lanzó comunicados rápidos tras el cierre de la isla, señalando sus intenciones de aprovechar sus ingentes ingresos (obtenidos a partir del turismo que pagaba su ticket para entrar al Parque Nacional) para salvaguardar al pueblo. Entre las medidas se anunció la compra en el continente asiático de miles de test rápidos IGG, para detectar anticuerpos de coronavirus a ser aplicados en toda la isla, así como la producción de verduras y hortalizas para ser repartidas al pueblo. Esto generaba una situación interna con dos polos de socorro y protección a la comunidad que quedaba desampara. Lamentablemente, la gestión del directorio de Ma’u Henua fue complicada por equívocos, contradicciones, intento de traspaso de los costos del test a la Municipalidad, un lenguaje confuso que hizo entender a todos que se pasaba de la idea de una “donación” de alimentos a una “venta a precio de costo” y, finalmente, una agresión al alcalde en la misma Municipalidad, en un incidente que no ha sido todavía zanjado por la justicia ordinaria. Lo anterior culminó, a ojos de la mayoría, con el colapso del antiguo directorio, la salida del presidente de la comunidad al continente, y la posición triunfal del alcalde Petero Edmunds como la gran figura política excluyente de la comunidad ante la situación de pandemia.

Con el cierre de Rapa Nui, la amenaza exterior, la pandemia ha sido neutralizada. La gestión fue similar a la de Nueva Zelandia y puede considerar su objetivo inicial cumplido. La toma de decisiones autónoma para cerrar la isla más allá de los reglamentos y legislación chilena, fue un momento histórico para la isla polinésica. Sin embargo, una vez conseguido este objetivo se inicia una pseudo-autonomía forzada por la situación global de pandemia. Con miles de desempleados, con una reducción brutal del PIB local, con gente en situación de desamparo por la inacción gubernamental, ciertamente es el escenario interno el más complejo. Un fortalecimiento de las relaciones con el Estado de Chile no parece cercano en el horizonte ¿Cómo se adaptará Rapa Nui a esto? ¿Buscará la forma de establecer alianzas estratégicas con otras naciones? ¿Podrá generar un Plan A durante tiempos de prosperidad y un Plan B en caso de que isla deba volver a cerrarse en un futuro? ¿O volverá a su situación frágil, semi-colonial, dependiente única y exclusivamente de la gestión de las autoridades locales ya establecidas?

Proyecto Financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional.

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