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Capitalismo, autarquía y economía de guerra en una pequeña isla polinésica

Por Cristián Moreno Pakarati

En los albores del segundo milenio DC, Rapa Nui fue colonizada por los pueblos polinésicos que llevaban ya varios siglos explorando los confines del océano más vasto del planeta. Durante al menos unos 300 años, el enclave polinesio fue parte de una esfera de navegación suroriental que venía desde el subtropical archipiélago de las Islas Australes y que pasaba tanto por el grupo de las Islas Gambier como por las cuatro pequeñas islas del grupo Pitcairn. El grado de comercio e intercambio entre unas u otras, o simplemente de tráfico de bienes hacia la ínsula más remota de todas es incierto, aunque aparentemente hay ciertos indicios de que existió.

Hacia el 1350 DC, el Óptimo Climático Medieval había sido desplazado por un clima más frío, cambios en la frecuencia y duración de las oscilaciones térmicas y de pluviosidad en el Pacífico, corrientes y vientos afectados por el surgimiento de nuevos núcleos de presiones altas o bajas. Los pueblos polinésicos abandonaron varias islas producto del empeoramiento de las condiciones para el cultivo agrícola, incluyendo todas las más cercanas a Rapa Nui, las del grupo Pitcairn. Si en 1200 DC, los humanos más cercanos a Rapa Nui estaban en Ducie (a 1.500 km) o en Henderson (a 1.900 km), hacia 1350 DC los humanos más cercanos estaban en Mangareva (a 2800 km). Demasiado lejos para una isla sin buena madera para embarcaciones. Y demasiado lejos para ser un sitio sin grandes recursos naturales que fueran atractivos para los habitantes de otros archipiélagos polinésicos que continuaban habitados. Rapa Nui quedó completamente aislada del resto del planeta por unos 400 años.

Entre el siglo XIV y el siglo XVIII, los Rapa Nui debieron vivir en una autarquía económica absoluta. Estaban obligados a ser totalmente autosuficientes y, viviendo en una isla subtropical donde se acostumbró a la fuerza a los cultivos tropicales clásicos de los Polinesios, debían administrar muy bien sus recursos. No sería fácil con los embates de la Pequeña Era del Hielo y es muy posible que el famoso y profundo proceso de deforestación haya sido consecuencia del cambio de uso de suelo, necesario para la producción agrícola, y empujado más y más por los fenómenos erosivos que surgieron como consecuencia de la deforestación. Sin embargo, contra todo, y con nuevos ingenios agrícolas, los isleños sobrevivieron solos, sin ayuda externa. Y fueron capaces de producir (o al menos desarrollar) durante el aislamiento una arquitectura monumental icónica que maravilla al casi todo el planeta hasta el día de hoy. El costo de esta independencia y autarquía económica fue altísimo: la desaparición del ecosistema isleño original y la transformación, muchas veces violenta, de las antiguas estructuras políticas y sociales.

Sin embargo, llegó el siglo XVIII y los exploradores europeos aparecieron furtiva y esporádicamente para cambiarlo todo. Venían con toda clase de objetos y baratijas que llamaron la atención de los isleños. A ellos les interesaban sobre todo los alimentos que los isleños pudieran proporcionar. Poco a poco los europeos que aparecían con cada vez mayor frecuencia en el siglo XIX, y los rapanui antiguos, en rápido descenso de población, entendieron y supieron qué era lo que deseaba cada grupo del otro. La economía rapanui se dividió en una economía interna y en una economía de intercambio externa. Hacia el siglo XIX, ya había prácticamente una producción consciente de piezas de madera para las tripulaciones extranjeras… un incipiente proceso de exportación desde Rapa Nui. Sin embargo, nada de esto podía ser controlado por los rapanui: los barcos llegaban cuando llegaban, no cuando los rapanui querían. Tampoco se podía predecir su aparición en el horizonte circular que rodeaba la isla.

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, los misioneros católicos, primeros extranjeros residentes, diversificaron la producción de alimentos con nuevos animales domésticos, nuevos cultivos y sus derivados como el pan, productos lácteos, e incluso, probablemente, la primera bebida alcohólica: el vino. El flujo de barcos con sus mercaderías se volvió predecible a través de estos curiosos extranjeros, vestidos de sotanas. Los misioneros eran abastecidos por barcos que navegaban el eje Valparaíso-Tahiti, y los rapanui que habían sobrevivido a los estragos de la terrible última década comenzaron a beneficiarse de esta economía, a cambio de su conversión al cristianismo católico. Tras la partida de los misioneros y del grueso de la población isleña, el manejo subsidiario de las rutas comerciales continuó siendo aplicado por los rapanui pero a través de otros colonos extranjeros, más ambiciosos que venían a enriquecerse del territorio a través de la industria ganadera, principalmente de la producción lanar.

Poco provecho directo sacaron los rapanui de esta explotación comercial, pero incluso los más brutales explotadores aprendieron que el pueblo debía hacerse de alguna forma partícipe de la empresa, so pena de alzamientos o rebeliones en medio del inmenso azul del Pacífico y lejos de la protección de alguna metrópolis colonialista. Los rapanui, por su parte, ampliaron y refinaron su permanente negociación y renegociación de condiciones laborales desde la década de 1870 hasta la de 1960, con las sucesivas compañías explotadoras y con el Estado chileno. Parte de los isleños trabajaba para estas empresas, cuya producción era siempre exportada. Rapa Nui era un actor en los mercados globales a través de la exportación de lana, que era producto de la inversión extranjera y el trabajo de estos rapa nui, principalmente. La otra parte de los isleños trabajaba la tierra en busca de una autosuficiencia alimenticia, pero también generando enormes excedentes de producción que eran vendidos a la Compañía por toneladas para alimentar a su ganado. Acercándose a la cuarta década del siglo XX, la mayor parte de la producción de la tierra en Rapa Nui tenía este propósito. Lo recibido era invertido en bienes u otros alimentos exóticos comprados a la misma Compañía. En menor medida, había un comercio independiente de las empresas explotadoras con las naves de la Armada de Chile que comenzaron a hacer presencia en aguas isleñas tras la anexión en 1888. Para todos estos actores, los isleños tenían algo que ofrecer, y los isleños obtenían cosas a cambio. La autarquía económica y alimenticia se había acabado definitivamente, aunque existía un comercio extremadamente limitado, monopólico y escaso.

Hasta esta época, la economía de Rapa Nui se manejaba esencialmente como una economía familiar, con terrenos asignados a individuos para ser trabajados en forma familiar, a veces con familia extendida cuando pasaba más de una generación. El abandono de la isla de las compañías explotadoras implica el fin del trabajo a gran escala de la tierra. También termina la economía de exportaciones, aunque a pequeña escala algunos productos como las langostas siguieran siendo enviados a Tahiti y al continente, causando una sobrexplotación que casi exterminará el recurso llegando el cambio de milenio. La población seguía siendo de menos de 2000 habitantes. Con la llegada del aparato estatal en 1966, muchos isleños comenzaron a trabajar para el Fisco, que se convirtió en el más grande empleador de la isla. Y también en el más grande vendedor, a través de su empresa estatal de abastecimiento de bienes (ECA y posteriormente EMAZA) que vino a reemplazar a la antigua pulpería de las compañías explotadoras.

Con el auge del turismo entre la década de 1970 y la de 1990, la economía de la isla empezó a transformarse gradual pero rápidamente hacia una economía de libre mercado, pero además individualista, y que dejó de exportar. Los individuos fueron a trabajar para el Fisco, o comenzaron a formar pequeños negocios turísticos, funcionando bajo una lógica más parecida a otras modernas islas turísticas. Las más pequeñas familias de fines del siglo XX comenzaron a beneficiarse de esta nueva economía, donde cada miembro trabajaba por su parte, con muy pocos continuando el trabajo productivo de las tierras (que se hacían a la vez escasas y abrumadoras). Pero esta nueva economía más individual que familiar se iba haciendo cada vez más dependiente de bienes, recursos, alimentos y empleadores del exterior. Bien entrado el cambio de siglo, el turismo generaba tal cantidad de recursos que se comenzó a producir una inmigración masiva de personas desde el continente, para trabajar en la floreciente industria turística. Pero a la vez, Rapa Nui perdía un Plan B en caso de que fallara el negocio que tan bien proveía tanto para isleños como para afuerinos.

La economía centrada en turismo y que lo abarcaba todo crecía vertiginosamente todavía cada año llegado el 2020. Pescadores, agricultores, gásfiters, jardineros, electricistas, mecánicos, contadores, ingenieros comerciales… todos se beneficiaban directa o indirectamente del turismo, vendiendo producción o trabajando para hoteles, restaurantes, operadores turísticos, cabañas, en construcción de nuevos establecimientos, en construcción para dueños de empresas que se habían vuelto pudientes y podían invertir en obras considerables. Ya no había una dependencia familiar o individual de una compañía explotadora o del aparato estatal. Había una libertad para emprender y campo laboral para casi cualquier profesión. La dependencia era más bien del pleno de la isla, de la economía insular en general, hacia una única actividad económica dependiente de los frágiles flujos de turistas, vulnerables a crisis económicas, conflictos internacionales o… pandemias.

La pandemia de COVID-19 que llegó a la isla en marzo de 2020 y obligó al cierre de la ruta aérea paralizó, dejó en criogenia absoluta, a esta economía basada en turismo, causando un cataclismo laboral de duración incierta. Las voces que se oían comenzaron a hablar de autosuficiencia alimenticia y “economía circular” mientras durara la situación de peligro y la isla continuara cerrada a los viajes. Rapa Nui volvía a sus tiempos de aislamiento, aunque con algunos detalles diferentes: Los únicos trabajadores que quedaron con sus puestos laborales más o menos seguros fueron los del hipertrofiado aparato burocrático estatal. Pero, aun así, estos representan un porcentaje reducido de la población local. Los tradicionales discursos políticos de autonomía comenzaban a chocar con una brutal realidad: Que todo el circulante de dinero que mantendría con “respirador artificial” la economía isleña, provenía o del Fisco o de los ahorros que pudieran tener algunos habitantes de la isla. De ahí que la famosa “economía circular” se viera severamente limitada en una isla sin planificación económica central, sin producción fuera de alimentos no procesados, sin servicios básicos ni salud garantizada, sin exportaciones, sin rutas comerciales abiertas y sin una fuerza laboral diversificada.
Los arriendos cayeron, muchos continentales que llevaban poco tiempo viviendo en la isla solicitaron partir y lograron hacerlo en los meses siguientes. Por lo mismo, incluso las inversiones en bienes raíces (para arriendos o para trabajar como alojamiento turístico) no podían ser rentabilizadas bajo la situación pandémica. La Municipalidad de Isla de Pascua estableció un programa de empleo que permitía al menos paliar algunos gastos, pero ciertamente era el equivalente a un ingreso de emergencia. No hubo una respuesta específica para la isla del gobierno y los trabajadores privados e independientes isleños que habían quedado cesantes en masa y habían bajado sus ingresos a cero tampoco podían postular, debido al especial régimen tributario de Rapa Nui, a muchas de las medidas paliativas que este había determinado. Los precios de los productos locales bajaron, pero sin vuelos regulares, todo lo importado subió considerablemente. Ya no existía la bodega estatal (ni la aerolínea estatal), con precios garantizados, sino que la isla dependía exclusivamente de la iniciativa privada.

Sin embargo, ante la incertidumbre y compleja situación, comienza a revivir la solidaridad (umanga) y la comunidad. Huertos familiares comenzaron a surgir por todos lados, los que ya están produciendo alimentos localmente como nunca antes. Cierto nivel de autosuficiencia alimenticia se logró alcanzar, equilibrando producción de horticultura y algo de pesca. No obstante, Rapa Nui no produce otros artículos de primera necesidad, por ejemplo, artículos de aseo, y los servicios básicos deben seguir pagándose con dinero, así como las deudas y créditos bancarios. Muchos isleños han intentado reinventarse, pero los negocios se han visto limitados a producción de hortalizas, pesca menor y producción gastronómica de distintos tipos, apuntando a los pocos isleños que reciben sueldo fijo, que han ganado proyectos o que tienen ahorros suficientes.

Quizás la gran lección para el futuro que ha dejado la pandemia en términos económicos es la necesidad de una economía planificada, no improvisada, con planes de contingencia para generar una “economía de guerra” que implique una reducción de la dependencia de los ingresos fiscales. El diagnóstico no es difícil. Lo difícil es llegar a una solución en una isla que no es autónoma políticamente. Una diversificación de la economía, la producción de bienes exportables, la apertura hacia mercados y rutas internacionales, marítimas y aéreas, una relación directa con otros estados, etc. De resolverse pronto la situación de pandemia global, está por verse si la actual generación tendrá la voluntad y la capacidad de dejar una isla mejor preparada para el próximo evento global que la obligue a cerrar sus fronteras. Más temprano que tarde, volverá ese momento.

Proyecto Financiado por el Fondo de Fomento de Medios de Comunicación Social del Gobierno de Chile y del Consejo Regional

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Comentarios (2)

  • Mitzi Acevedo

    Excelente articulo… gracias por compartirlo. Me gustaria suscribirme al correodel moai

    Abrazos desde Viña del Mar
    Siempre con Rapa Nui en mi corazón

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    • Paula Rossetti

      Querida Mitzi, gracias por escribirnos. Ya no hacemos la versión impresa. Por ahora solo on line
      Un abrazo, esperamos verte pronto. Paula Rossetti

      Responder

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