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Si Hotu Matu’a lo hizo, ¿por qué nosotros no?

Carolina Edwards, una emprendedora en pandemia

“Podemos ser autosustentables«, nos dice Carolina Edwards, quien a sus 43 años, es claramente una emprendedora de tomo y lomo y hoy está convencida que en Rapa Nui se pueden producir las verduras para el consumo local, así como lo hacían sus ancestros.

Carolina Edwards Rapu, es parte de una familia numerosa y aclanada, con 10 hermanos, a sus 23 años ya iniciaba lo que sería su primer y gran emprendimiento, el famoso Restaurante Te Moana, ubicado en sus inicios en la calle principal de Hanga Roa – hoy Atamu Tekena, en aquel entonces, Policarpo Toro-.

Con la venta de la moto que le regaló su papá, logro construir los que luego se convertiría en el conocido primer Te Moana, un restaurante que abrió sus puertas el año 2002, apenas nacía su primer hijo, Pou Kura, y que el año 2019 debió cerrar, cuando por efectos de la pandemia ni un solo turista volvió a pisar la isla.

Si bien en el año 2002 ya existían algunos restaurantes, el Te Moana marcó un cambio, era el inicio de una gastronomía internacional, con productos locales pero con una mirada y una apertura a nuevos sabores, “Gracias a mi papá, Edmundo Edwards, logré enfocarme en una gastronomía diferente, él siempre viajaba mucho, y traía aliños, en la casa nadie le podía tocar sus aliños, cosas que aquí en la isla no conocíamos, y a través de esto, pensé en hacer una carta innovadora, diferente, empezamos, por ejemplo, a hacer el ceviche con leche de coco, algo con un toque muy polinésico, seguimos con los pescados con salsas, y así en base a eso empezamos a hacer nuestra carta”

Paulatinamente se fue convirtiendo en un referente de la gastronomía local, el famoso ceviche Te Moana con leche de coco o los clásicos acompañamientos a base de tubérculos locales como el taro o el camote, fueron por casi 17 años un imperdible para los casi 120.000 turistas que visitaban Rapa Nui cada año, y quienes dejaban sus comentarios y referencias en los más populares sitios de viajes on line.

El año 2015, y tras largos 3 años de trámites para obtener una concesión marítima, lograron cumplir un anhelado sueño, construir a la orilla del mar, haciendo honor a su nombre “azul” y llenando de atardeceres la nueva oferta de Te Moana.

Fueron años de trabajo y también de abundancia, llegando a tener 30 personas contratadas, trabajando en el restaurante en diferentes turnos; entre esto, nació la segunda hija de Carolina, Vehiana y nada hacía presagiar que algo podría cambiar, la tendencia era el crecimiento.

Sin embargo, llegó la pandemia, y un 17 de Marzo del año 2020 la isla cerró sus fronteras y se clausuraron los vuelos comerciales, y a pesar de que había uno que otro comensal, hubo que cerrar el restaurant, vender los productos en bodega, y finiquitar a los trabajadores.

Entonces, las autoridades locales crearon el pro- empleo, un programa de trabajos de medio tiempo que permitió palear la crisis económica en un territorio que dependía de las entradas del turismo. Este programa benefició a casi 700 personas, las que ganando un sueldo mínimo trabajaban en diversas y variadas áreas.

“Al comienzo estuve en el pro-empleo, trabajé en el departamento de medio ambiente, nos dedicábamos a hacer huertos en la casas, aprendí mucho, y lo agradezco enormemente, no solo por el trabajo sino porque fue un momento de compartir con mi gente, de conocerles y de que me conocieran, ya no como la empresaria. Estuve ahí casi 3 meses, alcanzamos a implementar 300 huertos, yentonces conocí a don Juan Carlos, agro-ecólogo, y aprendí mucho con él”

De tantos huertos que hicimos, nació la idea. Si Hotu Matu’a pudo autosustentar Rapa Nui, como nosotros no podemos se autónomos en esta parte, entonces, invertí lo que tenía ahorrado, e hicimos un invernadero, que fue lo que nos aconsejó don Juan Carlos -obviamente trabajamos con él-. Por eso Hotu Matu’a plantaba en manavai (estructura de piedra, que provee de protección y humedad a los cultivos que en su interior se plantan) y por eso nuestro lugar se llama manavai, justamente para cuidar nuestros productos, las plantaciones. Y ahí dijimos, ok, vamos a invertir y nos vamos a dedicar a esto, que encontré era algo bonito, conectarse con la madre tierra, conectarse con la raíz de nosotros.

Antes yo traía muchas verduras de Santiago, ahora aprendí algo muy importante. Antes, cuando llegaba un agricultor a venderme algo, yo le decía: ¡ay, que caro, cómo le voy a pagar tanto si le voy a comprar muchos kilos!, pero ahora me doy cuenta del trabajo que hay detrás, del gasto en semillas, trabajadores, logre conocer este otro lado, hoy sé que el precio es el precio que vale, es trabajo, es dedicación, es estar de sol a sol y no siempre ganando, a veces entra un bicho y arrasa con todo. Hoy sé que si abrimos de nuevo el Te Moana, cuando vaya a comprar una verdura en Rapa Nui, es el precio que vale, y hay que reconocer eso.

Trabajar en el invernadero fue un trabajo en familia, especialmente de mi hijo Pou, que salió del Técnico Agrónomo de la Aldea, él ha sido el encargado del invernadero Manavai. Nuestra especialidad han sido las lechugas y los tomates, los cuales los vendíamos en la calle principal, sin embargo me di cuenta que además debía hacer algo con las verduras, pues no tenía como vender tantas, entonces, al lado estaba una prima que se re inventó vendiendo atún, y se me ocurrió comenzar a comprarle, y hacer unos ceviches para llevar, poco a poco empece hacer comidas con mis propias verdura, volvió a surgir un pequeño restaurant, Manavai Carolina.

No tengo carta fija, depende de los productos que hay, todo lo que ocupamos es de nuestro invernadero. Cocinamos, también regalamos verduras a quienes lo necesitas, aquí también hay un tema de Umanga, no es solo vender y vender, se ha creado algo muy especial, de mana, de amor.

Esto que nos ha pasado, es lo que necesitaba para completar mi experiencia de empresaria, es lo que me faltaba, me cambió mi ser interno, mi corazón, mi espíritu, el poder observar y escuchar, y también valorarme como mujer, empoderarme, apoyar a otras mujeres de la isla.

Bueno y aquí también hay una enseñanza que me dio la nua Analola, mi abuela. Cuando yo llegaba cansada y le decía que ya no quería seguir trabajando, la nua me respondía en rapa nui, “quiere estar en la calle, pobre, como los paihenga, mirando, nooo, nosotros vivimos pobreza, usted trabaje, no hay nada más que hacer”. Es la fuerza que ella me daba, de seguir, de empoderarme.

¿Te planteas una nueva forma de ser empresaria?

Por supuesto, completamente con otra mirada, para empezar tener una conexión diferente con la gente que trabaja con nosotros, pues es la gente que te ayuda, y segundo, quizás tener menos mesas, pero tratar a los clientes con más cariño, no como una persona más que entra a comer, a disfrutar de la vista, sino que ofrecerles una experiencia diferente, que tiene que ver con el cariño, el umanga, con lo que significa comerse un plato de comida.

Con todo lo que ha sucedido, la gente ha vivido la experiencia de ser autosustentable, han experimentado esto, si Hotu Matu’a lo hizo ¿por qué nosotros no?, tenemos agua, tierra y hay muchos jóvenes que están emprendiendo en esto de la agricultura, creo que el nuestro en particular ha sido un ejemplo, así como fue Toki en su momento, y muchos seguirán también, y quizás incluso exportar, por qué no.

¿Qué le dirías a otras mujeres que han pensado en emprender?

Mi mensaje para las mujeres es que primero debemos hacernos respetar y en segundo lugar, empoderarnos en lo que hacemos, en base al amor y cariño, si no lo vas a hacer con amor y cariño, mejor no hacerlo.

¿Cuál fue tu mayor desafío en esta época?

Crear el invernadero, por supuesto.

Hoy la mayor satisfacción de Carolina es haberse conectado con la tierra, ver como sus hijos pueden comer lo que cultiva, que el dinero no es lo prioritario, que se puede vivir de otra manera.

Voces que Inspiran: Carolina Edwards

En Instagram es @temoanarestaurante ó @carolinatemoana

PROYECTO FINANCIADO POR MINISTERIO SECRETARIA GENERAL DE GOBIERNO Y EL CONSEJO REGIONAL DE VALPARAÍSO

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