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Mujeres que cruzaron un océano: TERESA HORMAZABAL FUENTES

En 1888 se registran 178 habitantes en Rapa Nui, 100 hombres y 78 mujeres.  Algunos de ellos dejarán descendencia, otros no. Algunos tendrán hijos con personas foráneas y poco a poco se ira construyendo una sociedad “mestiza” que dará origen a la sociedad rapa nui actual.

Parte de estas personas que llegaron desde otros territorios son mujeres, algunas estarán de paso, otras decidirán quedarse, tener hijos y hacer familia junto a hombres rapa nui.

Serán mujeres que, dejando su vida en tierras lejanas, optarán por vivir en una cultura diferente. Olvidarán algunas, otras vivirán en la añoranza, para algunas será más fácil para otras significará un gran esfuerzo, sin embargo, todas dejarán su impronta y la mayoría de ellas referirá el amor como la principal causa de la decisión de migrar a esta tierra lejana.

Muchas han permanecido en silencio, algunas han levantado su voz, otras simplemente observarán el paso del tiempo, trabajando, criando, y dando forma a una comunidad que a veces las olvida.

Hemos querido narrar parte de una historia no contada. La sociedad contemporánea rapa nui se ha conformado en gran medida producto de la unión con personas venidas de otros territorios y sus historias también son parte de la historia de Rapa Nui.Estos relatos, en primera persona, son fragmentos de algunas de las entrevistas realizadas a mujeres foráneas, que establecieron vínculo con hombres rapa nui, que hicieron familia y se quedaron a vivir lejos de su tierra natal. Han sido realizadas por Ana María Arredondo, historiadora, y además madre, abuela y bisabuela de personas rapa nui.

TERESA HORMAZÁBAL FUENTES

Soy de San Bernardo y nací en octubre de 1944, en el seno de una familia numerosa y muy unida. Mi padre era artesano, especializado en la talla de muebles, y mi madre fue una excelente dueña de casa.

Teresa Hormázabal

En aquella época, participábamos en la Acción Católica de nuestra iglesia, donde nos reuníamos los fines de semana con muchos jóvenes. Fue en una de esas reuniones donde mi hermano Eugenio conoció a Luisa Araki. Ella había llegado con su familia desde Rapa Nui con la intención de estudiar. En poco tiempo, Eugenio y Luisa comenzaron a pololear y finalmente contrajeron matrimonio.

Este matrimonio me permitió conocer a mucha gente de Rapa Nui y aprender más sobre su cultura. Lucas, el hermano de Luisa, viajó a Santiago y visitó mi casa para ver a su hermana, ahí lo conocí.

Lucas había llegado a Valparaíso para cumplir con el servicio militar en la Armada, y tras completarlo, se trasladó a Santiago. Le ofrecieron la oportunidad de ocupar un puesto en el ámbito militar, y se presentó con una carta de recomendación de su padre de sangre, Leviante Araki, siendo aceptado.

Él continuó visitando San Bernardo para ver a Luisa, y en 1964 comenzamos a pololear. Nos casamos por el civil el 31 de noviembre de 1965 y, un mes después, el 31 de diciembre, por la iglesia. Nuestra intención inicial era quedarnos en el continente debido al trabajo de Lucas. Sin embargo, le ofrecieron el cargo de chofer en la gobernación de la isla y traductor del rapa nui al español. Lucas fue trasladado por el Ministerio de Defensa para desempeñar estos roles. Era el año 1966, cuando se promulgó la Ley Pascua y la isla se abrió oficialmente al continente. Se designó a un gobernador civil, Enrique Rogers, y se seleccionaron a los rapa nui más capacitados para ocupar diversos cargos. Además de Lucas, entre ellos estaba Marcelo Pont, contratado en el juzgado, y Alfredo Tuki, esposo de mi hermana Marta, como secretario de la Gobernación. Recuerdo que fuimos al Cerro Castillo, junto a muchos rapa nui, donde el Presidente Eduardo Frei Montalva firmó la Ley. Todos compartimos un almuerzo en una mesa muy grande y tuvimos la oportunidad de conversar con el Presidente. Fue una ceremonia hermosa y todos estábamos muy felices.

Teresa Hormazabal

Viajé a la Isla junto a mi hermana Marta en el barco Navarino. Partimos desde Valparaíso a fines de agosto de 1966 y llegamos el 8 de septiembre. En ese barco, venían todas las mujeres y los niños de los recién designados funcionarios públicos, incluyéndonos a nosotras. Nuestros esposos se habían trasladado antes en el mismo barco.

Desembarcamos en Hanga Piko en un falucho llamado Avareipua. Yo llevaba un traje sastre, tacones y una cartera. Lucas me presentó a sus padres y luego me dirigí a la casa de mis suegros, Felipe Riroroko Teao y María Haoa Araki, en un tractor de la Armada, conducido por Nico Haoa, primo de Lucas. Lucas desapareció; todos me saludaban y tocaban, me sentía como un pájaro raro.

En esa época, había muy pocos continentales. Recuerdo a Beatriz Pérez, casada con Jorge Tepano, a quien llegué a conocer bien. Era muy amable y cariñosa.

Al poco tiempo quedé embarazada y cuando tenía seis meses de gestación, viajé en barco al continente para dar a luz a Raquel. Regresamos a la Isla en avión cuando Raquel tenía 4 meses, ya que se había inaugurado la ruta aérea comercial de Lan Chile. Desafortunadamente, el avión tuvo que regresar debido a desperfectos. Finalmente, semanas después, logré regresar en otro avión de Lan.

La vida en la isla era muy sencilla y diferente a lo que yo estaba acostumbrada, pero me adapté desde el principio, cocinando en una cocina a leña y, a veces, haciendo fuego afuera. Aprendí a preparar la comida según las costumbres locales. Teníamos abundancia de carne y pescado, y en la casa nunca faltaban camotes, taro y plátanos. Me enseñaron a hacer fideos y pantrucas con leche y oro maika, plátano rallado en bolitas, cocido en leche. También aprendí a hacer pan, una tarea que continué hasta que los niños crecieron. Lavaba la ropa en un tambor y el agua potable se obtenía en la calle, donde debíamos ir a buscarla. Después de un tiempo, Lucas instaló una tubería que conectaba con la casa. Había hare komo (baños de cajón), pero en la casa de mis suegros, donde vivimos al principio, teníamos algo especial: un baño adentro de la casa, algo poco común. Además, disponíamos de estanques de cemento para acumular aguas lluvias. Mis suegros fueron muy amables y siempre me apoyaron y ayudaron.

Tuve 5 hijos: Raquel, Paula, Marisol, Juan y Lucas.

En ese momento, en la Isla no disponíamos de teléfono, por lo que nos comunicábamos exclusivamente a través radio. La central radio en el continente se encontraba en las instalaciones de la Fuerza Aérea en la Gran Avenida. Solo era posible comunicarse en español, no en rapa nui. Las conversaciones se veían interrumpidas por interferencias y, en ocasiones, al acercarnos demasiado al micrófono, nos daba la corriente.

Para desplazarme, utilizaba a menudo un caballo. Me encontraba inmersa en un mundo totalmente diferente, pero me enseñaron que debía adaptarme a cualquier lugar y que lo más importante era formar una familia. Tenía claro que esta sería mi vida y siempre tuve las comodidades básicas.

Recuerdo con cariño que, cuando los niños salían del colegio o estábamos en vacaciones, nos subíamos todos en el bote de Lucas y nos dirigíamos a diferentes lugares, donde dormíamos en cuevas. Buceábamos, lanzábamos redes y disfrutábamos de pescado fresco.

Con el tiempo, construimos nuestra casa, donde hemos vivido con nuestras tres hijas y dos hijos. Hoy en día, todos han formado sus propias familias y han construido sus hogares alrededor del nuestro.

Al llegar a la isla, comencé a observar cómo algunas mujeres trabajaban con conchitas y fibras de kakaka y totora. De ellas, aprendí a recoger conchitas en la orilla del mar, a confeccionar collares y a trabajar con la fibra del plátano y la totora. Con la llegada de aviones y, por consiguiente, del turismo, se inició la artesanía en la confección de collares. Las personas que provenían de Tahití trajeron consigo collares y otras artesanías que influyeron en la creación local.

Cuando llegué, no existían medallones; solo se elaboraban hakarava, que eran collares en forma de luna hechos con diferentes tipos de conchas.

Siempre me dediqué a cuidar y criar a mis hijas e hijos, y en mis momentos libres, hacía collares, llaveros y unas muñequitas de conchitas de pure, que fueron las primeras. También confeccioné vestidos tradicionales de kakaka (fibra de plátano) y plumas para las muñecas, coronas de conchas, cruces y rosarios. No obstante, donde volqué toda mi creatividad fue en la elaboración de medallones y cuadros hechos con conchitas y semillas. A lo largo de los años, he ganado numerosas competiciones de collares en las Tapati Rapa Nui, una festividad cultural que se celebra a fines de enero y principios de febrero. Mi trabajo ha sido reconocido por su originalidad, creatividad y calidad en la elaboración. Los cuadros de conchitas y semillas representan diversos objetos y escenas de la cultura rapa nui. No participé en competiciones por premios, sino por el placer de compartir mi trabajo y experiencias con otras artesanas.

En general, siempre me he dedicado a mi familia y a mi artesanía, lo que me ha dejado poco tiempo para socializar con amistades e incluso para visitar a mis hermanos que residen aquí. Mi aporte a esta comunidad ha sido a través de mis tres hijas, dos hijos y ocho nietos.

Reconozco que Lucas nunca interfirió en la forma en que educaba a mis hijos; él fue un padre cariñoso y atento a las necesidades de sus hijos. Gracias a ello, ellos estudiaron y han conseguido buenos trabajos. Han formado hermosas familias y puedo decir con orgullo que somos una familia muy unida. Siempre están a nuestro alrededor, preocupados por nosotros.

 En el mes de mayo del 2023 murió Lucas.  Rodeado de sus hijos e hijas y de la mano de Tere. Una unión de 58 años, envejeciendo juntos y rodeados de la hermosa familia que formaron.

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